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Un filósofo oriental contó a sus discípulos la siguiente historia:
Varios hombres quedaron atrapados en una oscura caverna, donde no podían ver nada. Uno de ellos logró encender una pequeña tea, pero la luz era tan escasa que aun así no se podía ver nada. El ocurrente hombre decidió que su luz podía ayudar a que los demás prendieran su propia tea, y así, compartiendo la llama con todos, la caverna se iluminó.
Uno de los discípulos preguntó al filósofo: ¿Qué nos enseña este relato?
El maestro contestó: Enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos, compartir nuestra luz no la desvanece, sino que la hace crecer. Compartir enriquece, no empobrece. Los momentos más felices son aquellos que hemos podido compartir. Si iluminas tu corazón con amor, iluminarás a otro corazón, así hasta iluminar a miles.
Varios hombres quedaron atrapados en una oscura caverna, donde no podían ver nada. Uno de ellos logró encender una pequeña tea, pero la luz era tan escasa que aun así no se podía ver nada. El ocurrente hombre decidió que su luz podía ayudar a que los demás prendieran su propia tea, y así, compartiendo la llama con todos, la caverna se iluminó.
Uno de los discípulos preguntó al filósofo: ¿Qué nos enseña este relato?
El maestro contestó: Enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos, compartir nuestra luz no la desvanece, sino que la hace crecer. Compartir enriquece, no empobrece. Los momentos más felices son aquellos que hemos podido compartir. Si iluminas tu corazón con amor, iluminarás a otro corazón, así hasta iluminar a miles.
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