Un espacio para los ancianos
¿Realmente tratamos a nuestros abuelos y abuelas como merecen? ¿Somos tolerantes con los ancianos que nos rodean? ¿Les concedemos el espacio que necesitan? Estas son interrogantes que debe acompañar a muchas familias que no le dan participación en la toma de decisiones e ignoran sus criterios y opiniones. Pero, si de hacer mandados y cuidar nietos se trata, entonces ellos adquieren la condición de número uno, mientras que para todo lo demás son considerados casi un estorbo.
Desde hace varios años se percibe un fenómeno que influye de manera negativa en la sociedad. Los hijos pierden cada vez más el sentido de la responsabilidad y cargan de trabajos a los adultos mayores que conviven con ellos, privándolos de realizar actividades para su disfrute.
Antiguamente los criterios y opiniones de las personas de la tercera edad se tomaban más en cuenta. Los hijos, al casarse, asumían una vida independiente, se valían por sí solos y trataban por todos los medios de no recargar a sus padres de tareas, al tiempo que respetaban su espacio.
Hoy no ocurre lo mismo. La vida se vuelve cada vez más agitada y todo el peso del hogar descansa sobre sus espaldas; en algunos casos porque así lo prefieren y en otros porque el resto de la familia se lo impone.
Una vez que las personas se jubilan pasan a formar parte de de la servidumbre. Ir a buscar el periódico, acompañar al nieto a la escuela, llevar la merienda, hacer el almuerzo, buscar los mandados a la bodega, entre otras actividades, componen su rutina diaria.
Otros pierden hasta su espacio dentro de la casa para cederlo a los más jóvenes, quienes no se percatan o no quieren darse cuenta de que violan los derechos de estas personas que no porque hayan vivido mucho dejan de necesitar privacidad.
Entre las personas de la tercera edad y los niños existe una alianza indestructible. Aún así el choque entre ambas generaciones se hace visible. La juventud y la vejez son etapas totalmente opuestas, son muchos los años de por medio y los conceptos y la manera de proyectarse cambian de una etapa a otra por lo que quizás lo que antes podía ser considerado un escándalo hoy se concibe como algo natural. Además, el ímpetu y energía de los jóvenes no va para nada con la vida sedada que requieren los ancianos.
Por desgracia esto ocurre en muchos hogares. Cada acción que realizan, aunque lleve implícita la mejor intención del mundo, es recriminada por el resto. Desde la manera de vestirse hasta la manera de proyectarse ante la vida son juzgadas. Si se ponen ropa moderna se les tilda de viejos ridículos y si es antigua también se les reprocha.
Dentro del hogar el ajetreo constante hace que los más jóvenes no tengan tiempo para escuchar las historias de quienes ya peinan canas. En muy pocas ocasiones los abuelos encuentran oídos receptores en su propia casa y necesitan salir en busca de alguien que los atienda.
La ancianidad es la última etapa de la vida, cada día se siente más cercana la muerte y es necesario poner todos los conocimientos en manos de las nuevas generaciones. Con cada anciano que fallece se pierde un gran caudal de conocimiento.
Desde hace varios años se percibe un fenómeno que influye de manera negativa en la sociedad. Los hijos pierden cada vez más el sentido de la responsabilidad y cargan de trabajos a los adultos mayores que conviven con ellos, privándolos de realizar actividades para su disfrute.
Antiguamente los criterios y opiniones de las personas de la tercera edad se tomaban más en cuenta. Los hijos, al casarse, asumían una vida independiente, se valían por sí solos y trataban por todos los medios de no recargar a sus padres de tareas, al tiempo que respetaban su espacio.
Hoy no ocurre lo mismo. La vida se vuelve cada vez más agitada y todo el peso del hogar descansa sobre sus espaldas; en algunos casos porque así lo prefieren y en otros porque el resto de la familia se lo impone.
Una vez que las personas se jubilan pasan a formar parte de de la servidumbre. Ir a buscar el periódico, acompañar al nieto a la escuela, llevar la merienda, hacer el almuerzo, buscar los mandados a la bodega, entre otras actividades, componen su rutina diaria.
Otros pierden hasta su espacio dentro de la casa para cederlo a los más jóvenes, quienes no se percatan o no quieren darse cuenta de que violan los derechos de estas personas que no porque hayan vivido mucho dejan de necesitar privacidad.
Entre las personas de la tercera edad y los niños existe una alianza indestructible. Aún así el choque entre ambas generaciones se hace visible. La juventud y la vejez son etapas totalmente opuestas, son muchos los años de por medio y los conceptos y la manera de proyectarse cambian de una etapa a otra por lo que quizás lo que antes podía ser considerado un escándalo hoy se concibe como algo natural. Además, el ímpetu y energía de los jóvenes no va para nada con la vida sedada que requieren los ancianos.
Por desgracia esto ocurre en muchos hogares. Cada acción que realizan, aunque lleve implícita la mejor intención del mundo, es recriminada por el resto. Desde la manera de vestirse hasta la manera de proyectarse ante la vida son juzgadas. Si se ponen ropa moderna se les tilda de viejos ridículos y si es antigua también se les reprocha.
Dentro del hogar el ajetreo constante hace que los más jóvenes no tengan tiempo para escuchar las historias de quienes ya peinan canas. En muy pocas ocasiones los abuelos encuentran oídos receptores en su propia casa y necesitan salir en busca de alguien que los atienda.
La ancianidad es la última etapa de la vida, cada día se siente más cercana la muerte y es necesario poner todos los conocimientos en manos de las nuevas generaciones. Con cada anciano que fallece se pierde un gran caudal de conocimiento.
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Ana Cristina -