Para transformar la realidad
No era la primera vez que su madre le gritaba con furia, que comparaba su inteligencia con la de su hermano mayor o se valía de un cinto para hacerle entender que era la hora inviolable del baño. Carlos, con solo seis años, había comenzado a ser retraído, a tener miedo de relacionarse con las personas, y a basar el respeto hacia su madre en el temor y no en el cariño.
En diferentes épocas, religiones y sistemas sociales se ha hecho uso de la violencia como método de “corrección”. Durante siglos fue tolerado e inclusive estimulado por considerarse un derecho de los adultos, necesario para la “formación” de los hijos.
Actualmente, se hace uso de la violencia como “modo de educar” y en el trato cotidiano con los niños. Los maltratos ejercidos por los que se sienten con más derecho a intimidar y a controlar, aumentan a diario según muestran estudios realizados por el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas.Los infantes son tristemente victimizados con este fenómeno que afecta, además, la armonía necesaria en el seno familiar para su desarrollo sano y feliz.
La conducta aprendida de sus progenitores es reproducida en los hogares sin intención de causar daño alguno; sin embargo, las agresiones que se suscitan afectan la integralidad física y emocional de sus hijos.
Se reconoce en primera instancia el maltrato físico como violencia, sin tener en cuenta que el emocional, el abandono y la negligencia también lo son.
Los efectos de las agresiones psicológicas puede que no se perciban de manera inmediata y directa; por lo que algunos son partidarios de que no sean tan graves. Sin embargo, estas pueden ocasionar daños en el niño de forma considerable.
A través de actos verbales continuos como críticas, desprecios, burlas, insultos, humillaciones y comparaciones, se evidencia el fenómeno. Decirle al niño habitualmente frases como “es bruto”, “no te voy a querer más”, u otras expresiones que son acogidas como “normales”, pueden ocasionar alteraciones en su conducta y su personalidad. En las víctimas puede desencadenarse agresividad, retraimiento, dificultades para socializarse y expresarse, así como manifestar trastornos en el aprendizaje producto de los daños en el desarrollo motor, psíquico e intelectual.
El maltrato físico raramente se encuentra aislado del emocional y entre sus manifestaciones más frecuentes figuran los golpes con la mano, con un objeto, los zarandeos y pellizcos.
Sin embargo, a consecuencia de métodos como estos en repetidas ocasiones pueden aparecer lesiones, las que son más peligrosas en niños menores de tres años. “Una paliza” o fuertes “sacudidas” de hombros y cuello, pueden provocar desprendimientos de brazos y laceraciones en órganos internos como el hígado, el riñón, o el bazo.
La familia es la célula base de la sociedad por lo que resulta indispensable prestarle la máxima atención y trabajar por su continuo perfeccionamiento. Acciones de carácter transformador y no solo orientadoras deben incrementar su bienestar. Aunar fuerzas para modificar los factores de riesgo, y evitar que se desarrollen las circunstancias desencadenantes es de vital importancia para la prevención de la violencia familiar.
Educar requiere paciencia y poder mostrar al niño las alternativas de comportamientos más efectivos, lo que se logra con el propio ejemplo de los padres, con una adecuada comunicación y con el uso de argumentos directos y lógicos que inviten al infante a reflexionar sobre las consecuencias de su comportamiento.
La realidad de cada niño supera los manuales, no hay “carrera” más difícil que la de ser padre o madre, unas veces acertando en la crianza y otras no. Lo más importante es ser pacientes y realizar cada acto con mucho amor; que el respeto que sientan sus hijos se apoye en afectos compartidos y no en imposiciones desde los referentes de poder asignados culturalmente a los adultos.
La complejidad de este fenómeno no es pretexto para la pasividad, la violencia familiar no es una fatalidad con la que hay que aprender a vivir, es una realidad socialmente transformable.
En diferentes épocas, religiones y sistemas sociales se ha hecho uso de la violencia como método de “corrección”. Durante siglos fue tolerado e inclusive estimulado por considerarse un derecho de los adultos, necesario para la “formación” de los hijos.
Actualmente, se hace uso de la violencia como “modo de educar” y en el trato cotidiano con los niños. Los maltratos ejercidos por los que se sienten con más derecho a intimidar y a controlar, aumentan a diario según muestran estudios realizados por el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas.Los infantes son tristemente victimizados con este fenómeno que afecta, además, la armonía necesaria en el seno familiar para su desarrollo sano y feliz.
La conducta aprendida de sus progenitores es reproducida en los hogares sin intención de causar daño alguno; sin embargo, las agresiones que se suscitan afectan la integralidad física y emocional de sus hijos.
Se reconoce en primera instancia el maltrato físico como violencia, sin tener en cuenta que el emocional, el abandono y la negligencia también lo son.
Los efectos de las agresiones psicológicas puede que no se perciban de manera inmediata y directa; por lo que algunos son partidarios de que no sean tan graves. Sin embargo, estas pueden ocasionar daños en el niño de forma considerable.
A través de actos verbales continuos como críticas, desprecios, burlas, insultos, humillaciones y comparaciones, se evidencia el fenómeno. Decirle al niño habitualmente frases como “es bruto”, “no te voy a querer más”, u otras expresiones que son acogidas como “normales”, pueden ocasionar alteraciones en su conducta y su personalidad. En las víctimas puede desencadenarse agresividad, retraimiento, dificultades para socializarse y expresarse, así como manifestar trastornos en el aprendizaje producto de los daños en el desarrollo motor, psíquico e intelectual.
El maltrato físico raramente se encuentra aislado del emocional y entre sus manifestaciones más frecuentes figuran los golpes con la mano, con un objeto, los zarandeos y pellizcos.
Sin embargo, a consecuencia de métodos como estos en repetidas ocasiones pueden aparecer lesiones, las que son más peligrosas en niños menores de tres años. “Una paliza” o fuertes “sacudidas” de hombros y cuello, pueden provocar desprendimientos de brazos y laceraciones en órganos internos como el hígado, el riñón, o el bazo.
La familia es la célula base de la sociedad por lo que resulta indispensable prestarle la máxima atención y trabajar por su continuo perfeccionamiento. Acciones de carácter transformador y no solo orientadoras deben incrementar su bienestar. Aunar fuerzas para modificar los factores de riesgo, y evitar que se desarrollen las circunstancias desencadenantes es de vital importancia para la prevención de la violencia familiar.
Educar requiere paciencia y poder mostrar al niño las alternativas de comportamientos más efectivos, lo que se logra con el propio ejemplo de los padres, con una adecuada comunicación y con el uso de argumentos directos y lógicos que inviten al infante a reflexionar sobre las consecuencias de su comportamiento.
La realidad de cada niño supera los manuales, no hay “carrera” más difícil que la de ser padre o madre, unas veces acertando en la crianza y otras no. Lo más importante es ser pacientes y realizar cada acto con mucho amor; que el respeto que sientan sus hijos se apoye en afectos compartidos y no en imposiciones desde los referentes de poder asignados culturalmente a los adultos.
La complejidad de este fenómeno no es pretexto para la pasividad, la violencia familiar no es una fatalidad con la que hay que aprender a vivir, es una realidad socialmente transformable.
0 comentarios