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Un hombre genial

Un hombre genial

El otro día prometí que iba a dedicar un espacio especial a mi profesor Juan de Dios Pulido, un hombre genial que supo llenar nuestras vidas de independencia y optimismo, a través de sus clases de Pedagogía en la universidad, y después con su necesaria presencia en cada instante trascendente o no.

 

Recuerdo su mirada escrutadora queriendo develar nuestros secretos, inocultables ante su perspicacia, su sonrisa cuando vencíamos los exámenes y esa magia que hacía que lo respetáramos pero confiáramos en él.

 

De mucho me sirvieron después sus enseñanzas en mis labores como educadora y en la forma de relacionarme con la gente, recuerdo siempre sus consejos relacionados con la realización personal y la necesidad de vivir la mayor cantidad de momentos felices.

 

Ya fuera de las aulas universitarias,  Pulido ha sido siempre el amigo atento, el único capaz de entretener a mi mamá enferma hablándole del campo, de sus plantas, hasta hacer florecer su sonrisa. Nunca ha faltado su consejo oportuno, el tacto al preguntar y las metáforas listas en cada tema de conversación.

 

Nunca fui su alumna favorita, mi amiga Olia se robó esa dicha, pero no puedo quejarme, cuento con la suerte de tenerlos a  ambos, claro ella tiene las ventajas que además de inteligente, cocina muy bien, posee excelentes libros y hace su dieta como la aconseja el médico cuando viene a visitarla.

 

Yo soy muy mala en la cocina, soy un poco desordenada pero estoy convencida que me quiere, y encuentra atractiva mi forma de escribir y de trasmitir mi propia filosofía de la vida.

 

Lo cierto es que  lo necesitaremos siempre,  y él bien que lo sabe.

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