Fiesta teatral
Los dictados del fuego es la obra de teatro que se presentó anoche en el antológico teatro Milanés y fue realmente una fiesta para el espíritu porque en ella confluyeron magistrales actuaciones y una escenografía capaz de llevar al espectador hasta un convento de las carmelitas descalzas de México en el siglo XVII.
Es notable cómo el texto basado en una obra del dramaturgo vueltabajero Ulises Cala adquiere su autonomía a partir de un referente: la vida de la poetisa Sor Juana Inés de la Cruz, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII, esta vez con una sugerente relación con otra monja del convento, pero siempre destacando el espíritu libre y las ansias de saber de Sor Juana.
El grupo De Súbito, una fusión entre los actores y actrices de los grupos de teatro Utopía y Caballito Blanco mostraron que mediante lo estético, se puede hacer el ejercicio del pensar, asumiendo riesgos y saliendo victoriosos con la magia de la actuación.
La pieza teatral fue técnicamente lograda sobre diálogos breves en ocasiones y otros más extensos, pero siempre cumpliendo aquella función discursiva del relato teatral. Es decir, los dos niveles del discurso moviéndose: el nivel pragmático del lenguaje y el sintáctico, que lo definen como dramaturgia.
El espacio teatral estuvo definido desde la condición de centrar los personajes en todo el uso del espacio. Los personajes mantuvieron una relación frontal con los espectadores, signados con la soledad y la nostalgia.
(Juana Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Nepantla, actual México, 1651 - Ciudad de México, id., 1695) Escritora mexicana. Fue la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa. Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los marqueses de Mancera, brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición y habilidad versificadora.
Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su escasa vocación religiosa, parece que sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió.
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